Entrevista a Eduardo Sánchez Rugeles, autor de Blue Label/Etiqueta Azul

El sueño de Eugenia Blanc.

El sueño de Eugenia Blanc.

Desesperanzada y hastiada con la Venezuela contemporánea, Eugenia Blanc – una caraqueña de clase media – solo tiene un sueño: ser francesa. Su empeño por obtener la nacionalidad de su abuelo la embarca en un inusual road trip por los grotescos paisajes de su país revolucionario, descubriendo el proceso agridulce de convertirse en adulta, en la novela debut del escritor venezolano Eduardo Sánchez Rugeles (1977), Blue Label/Etiqueta Azul (2010).

 Blue Label/Etiqueta Azul catapultó a Sánchez Rugeles – que tenía tan solo 33 años – a la fama literaria cuando la novela ganó el Premio Iberoamericano de Literatura Arturo Uslar Pietri. Sería el primer premio de varios que el autor ganaría al publicar obras posteriores. La novela ha cautivado a los lectores, especialmente al público joven (al punto que es lectura requerida en algunos cursos de bachilleratos y clases universitarias), por su cruda visión de los años más hegemónicos y despilfarradores del chavismo (de ahí el título) y de la significancia que el tema central – el destierro voluntario, la emigración venezolano – adquiere cada día más. Los sueños de Eugenia, de escapar de una Venezuela despedazada y caníbal con su gente, resuenan y se multiplican diariamente en la juventud venezolana. El éxito de la novela logró que, para 2014, esta numerara un tiraje de 10.500 copias; un número considerable en el mercado venezolano. No sería exagerado hablar de Sánchez Rugeles como un bestseller del mercado local.

Sánchez Rugeles estudió Filosofía y Letras en la Universidad Central de Venezuela con la intención de que su vocación fuese la académica. Posteriormente, trabajó como profesor de educación media en el colegio San Ignacio de Loyola (en Caracas), sirviéndole esta experiencia como inspiración para su obra debut. Desde hace más de una década, vive en Madrid – desarrollando su carrera en la distancia y escribiendo sobre el exilio desde la óptica de su experiencia personal como emigrante venezolano.

Tony: Eres uno de los pocos autores venezolanos que ha tenido el atrevimiento de hablar desde el punto de vista de la clase media caraqueña del tipo publicidad navideña de Plumrose/publicidad Mavesa. ¿Consideras que la clase media/alta, su mundo y visión, ha sido demonizada o convertida en tabú?

Eduardo Sánchez Rugeles: Sin duda, bajo los parámetros sociológicos de la Revolución, la clase media ha sido satanizada. No es un tabú, se habla de ella pero en términos peyorativos y excluyentes. La clase media, según este modelo político, es el mal, pero, en sentido estricto, no creo que esta estigmatización se trate de un fenómeno reciente. El chavismo, claramente, profundizó esa lectura negativa, pero esta visión estaba muy arraigada en el imaginario estético latinoamericano desde los años sesenta. No es un fenómeno exclusivo de Venezuela, lo que pasa es que nosotros tuvimos el infortunio de llevar a Chávez a la presidencia. No creo que seamos pocos los que le hayamos dado la palabra a la clase media, lo que ocurre, quizás, es que no hemos tenido suficiente visibilidad. Al no encajar en el paradigma imperante, al no caer en el tópico marxista de la lucha de clases y apostar por esencialismos sociológicos, puede que nuestro trabajo haya pasado desapercibido. En ese sentido, puede que “Blue Label” haya tenido suerte y haya aparecido en un momento en el que la clase media necesitaba quitarse de encima algunas etiquetas.

T: ¿Qué te llevo entonces a hablar de ese estrato socioeconómico, a meter el dedo en la llaga?

ESR: No hubo una intención específica de meter el dedo en la llaga, nunca vi esa llaga. Simplemente, traté de hablar de contextos y situaciones que me resultaban familiares, de entornos que conocía. No tengo experiencia vital de la riqueza, de la opulencia de las clases altas, pero tampoco tuve una experiencia directa de la pobreza extrema; por lo que mis referentes siempre estuvieron ligados a eso que, a veces de manera deportiva, llamamos clase media.

T: Esto se insinúa en parte en el prólogo (escrito por Alberto Barrera Tyszka) de Blue Label/Etiqueta Azul, pero ¿tú consideras que cierta frivolidad o ignorancia de las clases medias y altas venezolanas hacia otras realidades ayudó a la llegada del chavismo al poder o al dominio tan carismático y hegemónico que tuvo la Revolución Bolivariana? 

ESR: La llegada del chavismo al poder es un fenómeno más complejo. Justificar el ascenso de Chávez por cierta frivolidad o ignorancia de la clase media podría resultar oportunista, insuficiente e incierto. El desgaste del discurso de los partidos políticos tradicionales es un argumento esencial. Muchas de las denuncias que hizo Hugo Chávez en 1998 en su campaña presidencial, referidas a la corrupción de esos partidos y a la falta de empatía de las dirigencias con el pueblo, fueron legítimas y, en gran medida, realistas. Antes que hablar de frivolidad o ignorancia, preferiría hablar de ingenuidad. La clase media fue ingenua al creer que un militar golpista tendría la entereza moral y la inteligencia política suficiente para confrontar un país con dificultades económicas y sociológicas tan serias como las que tenía la Venezuela de finales del siglo XX.

T: ¿Has visto el controversial video Caracas, Ciudad de Despedidas? ¿Qué opinas del video? ¿Te parece que la reacción fue proporcional? Llama la atención como en los últimos años ha sido parcialmente redimido en las redes sociales, incluso con memes.

ESR: En su momento lo comencé a ver, pero lo quité porque me aburrió. No le di importancia, horas más tarde supe que era un escándalo mediático. La reacción, efectivamente, me pareció desproporcionada y grotesca. Muchas personas descargaron sus frustraciones, iras, malestares y pesares en el trabajo escolar de ese grupo de chamos. La indignación popular me sigue pareciendo kafkiana. Recuerdo que, en esos días, el magistrado Aponte Aponte acababa de hacer unas revelaciones graves sobre el funcionamiento del Tribunal Supremo de Justicia; esa semana, además, un grupo de presos alzados tomó el reten de la planta y comenzaron a disparar contra la autopista. Había una serie inmensa de argumentos para indignarse y cuestionar el estatus moral y el fracaso político de la vida venezolana, pero el desahogo le tocó a estos pobres carajitos que, incluso, llegaron a recibir amenazas de muerte. Conozco a algunos de ellos, les di clases en bachillerato. Algunos, en privado, reconocieron cometer un error al prestarse a participar en ese corto, pero nunca imaginaron que aquella tontería se convertiría en un fenómeno viral. También fueron ingenuos. Como tantos, como todos.

T: Hablemos de Blue Label/Etiqueta Azul. ¿De donde surgió la idea, cual fue la inspiración?

ESR: Sin duda, mis años como profesor de Educación Media. Comencé a redactarla cuando me mudé a Madrid y, enfebrecido por la nostalgia, comencé a tomar algunas notas sobre mi experiencia docente en las aulas de bachillerato.

T: ¿Por qué razón tus personajes llegan a ser tan disfuncionales y en momentos hasta misántropos, causando cierta falta de empatía en los lectores?

ESR: No lo sé. Supongo que es el tipo de personaje que me gusta, tanto en cine como en literatura. La gente simpática, encantadora, adorable, nunca me ha resultado muy atractiva (hablando en términos estéticos). Siempre he sentido una curiosa preferencia por los raros, por los extraños, por los outsiders. Mientras más chocantes resulten, mejor. 

T: A través de la obra, hay una tensión musical entre ese bubblegum pop latino, tan en boga en los años que transcurre la novela, que Eugenia disfrutaba y el gusto por el rock americano de décadas previas de Luis. Me parece sumamente interesante, considerando que en América Latina hemos presenciado en los últimos quince años una tensión (ejemplificada por la letra de “Atrévete” de Calle 13) de trasfondo social entre la música más “fresa” (RBD, Belinda, Thalia, Shakira, Enrique Iglesias, etc.…) y la música más “urbana” (el reggaetón, el trap, la bachata, las fusiones urbanas) al punto que hoy en día pareciese que el pop latino ha sido diezmado y la brecha es entre un reggaetón suavizado (Maluma, J Balvin, etc.) y una corriente más reaccionaria y cruda. Ahora, la brecha entre Eugenia y Luis nos habla más bien de una tensión cultural entre la cultura musical del primer mundo y su adaptación en nuestros países (el pop). Háblame de esto.

ESR: Luis tiene mucha influencia anglo y sí, puede que sienta desdén por la música latinoamericana, su actitud es muy intensa y juvenil, inmadura en ese sentido. Eugenia, por su parte, no tiene una política musical, ella oye lo que le pongan en la radio, lo que sea popular, lo que suene más en la emisora de turno. Adora el mainstream y ni siquiera sabe que los entendidos, a eso lo llaman mainstream, no le importa, no se complica. Honestamente, nunca me lo planteé como una tensión cultural, simplemente, traté de encontrarle aficiones musicales a mis personajes según sus visiones del mundo. 

T: En retrospectiva, ¿se puede considerar a Luis Tévez y su grupo como hipsters?

ESR: No lo sé. Nunca he sido dado a las etiquetas, me resultan insuficientes. Además, hipster es ese tipo peculiar de etiqueta que, según el contexto, puede cambiar su significado, cada quien entiende lo que quiere. En sociedades como la venezolana ese tipo de categorías sociológicas resultan insuficientes y fallidas. Caracas puede modelar, por ejemplo, un hipster-mono-emo-wannabe sin que eso resulte contradictorio. La locura de la ciudad lo hace posible. 

T: En un capítulo del libro, Luis y su grupo hablan de una apología del malandro que parece dominar el cine venezolano y otras áreas culturales. Háblame de esto.

ESR: Durante mucho tiempo, imperó el modelo de un cine de barrio, o cine miseria, en el que los roles protagónicos recaían en delincuentes. Pienso en la obra de Clemente de la Cerda (Soy un delincuente, El reincidente) o en muchas películas de Roman Chalbaud. Los personajes, probablemente (recuerda que ellos son libres) se referían a esa tradición. 

T: Pareciese haber un tema de decadencia, incluso en un nivel visual y lingüístico, en el ambiente de la obra. Edificios venidos a menos con sex shops, hoteluchos, autopistas plagadas de accidentes de tráfico, televisión basura, corrupción y derroche, familias divididas, una jerga plagada de palabras vulgares y obscenas… ¿Es esta Venezuela hoy en día? ¿Fue intencional el sentido de decadencia al punto (excelentemente logrado) que abruma? ¿Puede haber belleza en la decadencia?

ESR: Blue Label se redactó durante el otoño de 2009. Imagino que la decadencia que describen sus páginas, si se compara con la Venezuela de 2017, ha de parecer como una Edad Dorada. Sí, hubo una intención clara de registrar ese hundimiento, ese desgaste de los referentes urbanos. Para la Revolución, la decadencia es una política de Estado y, efectivamente, creo que la literatura es una buena herramienta para dejar constancia de todo aquello que parece estar condenado a desaparecer. Sobre la belleza, puede haber belleza en la memoria que evoca aquello que ha desaparecido, que se ha perdido, que ha dejado de ser. El objeto per se, el mundo destruido, puede ser horrible y degenerado, pero la mirada que lo percibe, en su humanidad, en su evocación, sí puede estar empapada de belleza.

T: Un leitmotiv del libro es la canción de Bob Dylan “Visions of Johanna”. En un momento, un personaje remarca que Johanna es un nombre en hebreo para el infierno. ¿Acaso la canción representa ver a esa Venezuela decadente, que inicia en Caracas pero se expande hacia un interior desolado, como las visiones del infierno?

ESR: La canción me gusta mucho, algunas de las correspondencias entre sus versos y la historia como tal son producto de la fortuna, del azar. No la elegí con una intención concreta de decir esto o aquello. Musicalmente es muy Luis y por eso está ahí. Lo de Johanna como nombre hebreo del infierno debo haberlo leído por ahí en algún blog o en alguna biografía de Dylan, pero no deja de ser una curiosidad.

T: Leí la obra hace dos años, cuando estaba en Quinto Año, y siempre discutía con un amigo sobre su significado: para mí, Blue Label/Etiqueta Azul concluye en que Venezuela es “un país de perdedores” (como decía el padre de Eugenia) sin futuro ni posibilidades. Una visión pesimista y hasta malinchista. Para mi amigo, el libro representaba lo contrario: Eugenia tuvo el único momento feliz de su vida al inmiscuirse en la verdadera realidad venezolana y solo consiguió alienación y tristeza al cumplir su sueño de emigrar. ¿Nos podrías dar un poco de claridad?

ESR: Me gusta dejarle libertad a los lectores para que elijan la interpretación con la que más se sientan a gusto. La interpretación habla más de ti como lector, que de las intenciones del autor. Creo que tienes razón al ver la historia cómo la ves, pero tu amigo también tiene razón. Esta Venezuela, de la que huyó Eugenia, es muy perversa, asfixia, maltrata, hace daño, duele, pero también tiene una cara oculta que es en la que se afinca la melancolía y la nostalgia, algo a veces indecible. Quisiera tener un poco de claridad, pero solo tengo oscuridades.

T: ¿Crees que existe, en la Caracas del mundo real, gente como Luis Tevéz y su grupo que hacen happenings o quemas de Judas con películas de cine venezolano? 

ESR: Sin duda. No lo creo, lo sé. Hay de todo. Hay gente maravillosamente loca. 

T: Hay una opinión personal que siempre he querido discutir contigo y me gustaría escuchar tus comentarios y opinión. Muchos dicen que eres la voz de mi generación pero, aunque en varias ocasiones sienta mucha identificación con lo que se plasma en la obra, siento que Blue Label/Etiqueta Azul termina siendo un libro donde se plasma la voz de tu generación (La X) en personajes de la generación millenial. Eugenia y su visión del país me recuerda más a los amigos de mi hermana de 39 años o a los jóvenes del documental Zoológico (1991) que a mis amigos. En una escena, todos se burlan de este personaje patriótico y activo en actividades políticas y cívicas que llaman “el patriota”. Yo siento que, por lo menos desde el 2007 hasta la actualidad, la mayoría de los jóvenes venezolanos – tanto los que emigraron como los que no – han terminado evocando a ese personaje. Me atrevo a decir que la voz de Eugenia hubiese sido más orgánica en un trama situado en los años noventa. 

ESR: Yo soy un noventero confeso, tengo la edad de los amigos de tu hermana. Mis referentes son absolutamente finiseculares y puede que, efectivamente, mis personajes adolezcan de esas huellas de agua. Sin embargo, te puedo garantizar (pregúntale a tu hermana) que a ninguno de nosotros, en los noventa, se nos pasaba por la cabeza irnos definitivamente de Venezuela. Queríamos salir a estudiar, a viajar, a conocer al mundo, pero no existía un paradigma de la migración como alternativa racional ante el estropicio revolucionario. El conflicto de Eugenia, en los noventa, no hubiera sido del todo verosímil, sí posible, pero no hubiera conectado con las necesidades y experiencias de una generación. En los 90, quizás, Eugenia hubiera sido una loca, una tipa rara; en la actualidad, Eugenia es una tipa que, te caiga bien o mal, tiene un problema que, como lector joven, te resulta familiar. 

T: ¿Qué significan o representan las referencias a la cultura pop venezolana de los ochenta?

ESR: Creo que hay más noventería que ochentería en Blue Label, habría que buscar los ejemplos concretos. A mí la cultura pop siempre me ha parecido muy divertida, sugerente, es algo que tenemos en común.

T: Me parece súper interesante que menciones conocidos colegios caraqueños – que etiquta de “sifrinos” – con sus nombres reales, considerando que algo tan típico de la sifrinería caraqueña es preguntar el colegio de otra persona al conocerla (incluso siendo ya adultos o viviendo afuera del país). ¿Tuviste temor de causar controversia al usar los nombres reales de estas instituciones? ¿Lo dudaste en algún momento?

ESR: No, nunca. Lo hice a conciencia. Buscaba el realismo, más que la crítica o la descalificación de tal o cual institución. No usaría la palabra “sifrino” para generalizar en torno a los colegios. Me consta que en esas instituciones hay de todo, personas de todo tipo, pero es cierto que muchas veces se impone la etiqueta.

T: Háblanos un poco de la película de Blue Label/Etiqueta Azul. ¿Qué nos espera? 

ESR: Tengo expectativas inmensas. He trabajado durante mucho tiempo en ese guión, a la par del director Alejandro Bellame. Muy contento con el equipo técnico y artístico. He aprendido lo difícil, complicado, cuesta arriba y perverso que es hacer cine. No sé que nos espera, comparto el sentimiento de incertidumbre. Ha sido una experiencia muy formativa y grata. Si es buena, la amaré y si es mala, también. Confío en que Alejandro hará un excelente trabajo que, como es habitual, tendrá aficionados y detractores. 

T: ¿Cómo ves el panorama actual de la literatura venezolana? ¿Se están rompiendo los parámetros y limites? ¿Se están leyendo más escritores venezolanos en el exterior?

ESR: No podría asegurarlo, tengo dudas. Seguimos siendo una literatura periférica, conocida por especialistas, pero para el público general no creo que haya habido un cambio significativo en lo que tiene que ver con la visibilización de autores venezolanos. Puede que, en Venezuela, se esté leyendo más literatura venezolana que antes. Tengo 10 años fuera del país, no podría asegurarlo, pero tengo esa impresión. Sin embargo, fuera del país, cuantitativamente, no creo apreciar un aumento notable de publicaciones o autores inéditos. A la poesía le ha ido bien, mejor que a la narrativa. Cadenas y Yolanda Pantin, por ejemplo, han tenido continuas rediciones de sus obras y han recibido reconocimientos importantes. Juan Carlos Méndez Guedez fichó por Siruela y ha publicado varios títulos en España, me parece que Fedosy Santaella publicó con Pretextos, Rodrigo Blanco ganó un premio importante en París con The Night; pero sigue siendo una literatura de casos, de autores concretos. Meras impresiones, quizás me equivocó. Me falta leer muchos autores jóvenes y contemporáneos por lo que no tengo argumentos suficientes para saber si se están rompiendo parámetros o límites. Sí sé que hay gente escribiendo y eso es bueno. 

T: ¿Conoces algún extranjero que haya leído Blue Label/Etiqueta Azul? ¿Qué opinó, como lo procesó? 

ESR: Sí, varios: españoles, argentinos, mexicanos, norteamericanos y australianos. El feedback ha sido positivo. Muchos me han comentado que si bien no reconocen algunas palabras, el contexto les da todo lo que necesitan para comprender las situaciones.

 T: ¿Cuáles son tus artistas extranjeros y venezolanos favoritos? 

ESR: Mi escritora venezolana predilecta es Victoria de Stefano, admiro muchísimo su trabajo. Al leerla, me siento un aficionado miserable. Teresa de la Parra siempre me gustó mucho. Y no puedo dejar de citar a mi mentor, mi querido Eduardo Liendo.

T: En cuanto a la producción cultural venezolana, ¿qué es lo que más te gusta y que es lo que más desprecias o detestas?

ESR: Las cosas han cambiado. Como te advertí, tengo diez años fuera de Venezuela por lo que creo que la oferta cultural de 2007, con sus posibilidades y limitaciones, no es la misma que la actual. En muchos campos, creo que hay gente muy talentosa, eso me gusta y lo admiro. Lo que más detesto es el facilismo, la mediocridad inconsciente, el creer que se puede ser músico, actor o escritor porque se leyó un libro for dummies y que las cosas pueden lograrse sin sacrificios o esfuerzos. Me disgusta la gente que estigmatiza el esfuerzo, que cree que las dificultades son negativas y que las cosas son buenas y bonitas sí porque sí. En la cultura también abundan figuras como la de ese joven, tristemente célebre, que se fue una competencia de invierno en Finlandia sin saber esquiar, solo porque quería cumplir un sueño. Este oficio requiere disciplina y trabajo. Me gusta trabajar con gente que tiene esa concepción de las artes.

T: ¿Qué es lo que más te gusta de Caracas y que es lo que más odias?

ESR: Mis espacios, mi pequeño mundo: la casa de mis padres, de mis familiares, los lugares de trabajo. Odiaba el tráfico, me cuentan que ya no es tan fuerte. 

T: Describe a Caracas en tres palabras. 

ESR: Hogar, locura, caos.

T: Quiero hacer un ejercicio imaginativo y descriptivo donde la mente fluya: ¿Cómo te imaginas, al nivel que quieras, a Caracas o a Venezuela en 20 o 30 años? 

ESR: Me vienen a la mente dos imágenes: El desierto del Valle de la muerte o un cementerio urbano, como el Otro Lado de películas como Inception o el de la serie Stranger Things. Nunca he sido muy optimista.

La Generación del Miedo y la Rutina.

        Somos la generación del miedo y la rutina. Hemos crecido en un país descompuesto; un adefesio de república donde la vida no vale nada y la moral es un ser deformado. Somos las víctimas de un experimento social, de la negligencia de una sociedad idiotizada cuya falta de ciudadanía en 1998 nos llevó a pagar sus consecuencias. Aquí estamos, mirando con envidia a todos los jóvenes del mundo a través de nuestras redes sociales; revolcándonos en la falta de futuro, de progreso, de cosmopolitismo; en la chabacanería de lo que queda de vida nocturna; en el encierro a domicilio que se ha vuelto nuestra juventud. Nos babeamos como idiotas viendo el Halloween en el resto del mundo; viendo la diversión de jóvenes que todas las tardes disfrutan de su ciudad y sus amigos; viendo todas esas maravillas que ofrece la vida en un país normal: la comida, la ropa, los museos, las actividades recreacionales. Todo lo que crecer en una revolución nos arrebató.

            Y así vivimos, a base del deseo y del miedo. El miedo a no saber si viviremos, el miedo a no saber adónde se dirige tu futuro. El miedo a que esta pesadilla no termine nunca. A que finalmente nos terminemos de volver una comunidad completamente emigrante. Ese miedo a que algún día – 2030, 2050 – nos sentemos en casas suburbanas con nietos e hijos que hablen lenguas foráneas, recordando un Ávila que más nunca vimos, con relatos generacionales que no son de heroísmo y progreso si no de nuevos nómadas modernos. Sentarse en el metro de Nueva York, año 2052, y ver una anciana venezolana narrar su travesía por el mundo una vez que abandonó Caracas décadas antes para más nunca volver.

            Y dejamos nuestras pocas esperanzas en lo poco que nos queda. En brujos y profetas, en elecciones parlamentarias. Y el miedo acecha y golpea, apareciendo con rumores macabros y desalentadores que llegan de supuesta largas cadenas de gente: que habrá un fraude masivo, que compraron a la ONU con oro, que si gana la oposición los colectivos desarrollarán una pesadilla de sangre y terror en las calles del país. Surge la depresión, pero la esperanza perdura en medio de la oscuridad.

            No es lindo vivir con miedo y no es divertido vivir con rutina, encerrado en una casa. Y así, a mi generación le ha tocado vivir los peores momentos de la historia de este desangrado país que es Venezuela. Somos la generación de la emigración, empujados por el país a las aguas del Caribe para conquistar el resto del planeta – dejando una patria en llamas atrás. Y todo por la irresponsabilidad de una generación mayor que no logró entender lo que tenían hasta que lo perdieron.